Abrimos la llave y el agua fluye. Al menos para los que crecimos en la ciudad, siempre ha sido así, ¿no? Pero ¿alguna vez te has preguntado cómo se produce el agua que usamos diariamente? ¿De dónde viene exactamente? Para llegar a tu casa, el agua recorrió un largo camino que no comienza, por supuesto, en la junta de agua potable de tu municipio. Para entender mejor su extenso recorrido, comencemos con un breve repaso del ciclo del agua.
El agua que usamos cada día es el resultado de una serie de procesos que ocurren a lo largo de un viaje fascinante. Todo inicia y termina en el mar, aquí el sol calienta el agua y esta sube a la atmósfera en forma de vapor (evaporación). Las bajas temperaturas atmosféricas hacen que el agua se condense y forme nubes, que más tarde el viento empujará tierra adentro. Cuando se forman las condiciones atmosféricas adecuadas, las nubes se condensan como gotas y caen en forma de lluvia.
Una parte de esta agua de lluvia se infiltra al subsuelo para recargar el acuífero; otra parte regresa a la atmósfera como vapor y otra parte escurre en arroyos que confluyen para formar ríos que pueden desembocar en un lago o en el mar. El ciclo del agua ocurre siempre en un territorio geográfico definido, denominado cuenca hidrológica.
Si vives en Mazatlán o parte de Concordia, el agua que estás tomando tiene su origen en la cuenca del río Presidio, que se extiende desde Durango hasta Mazatlán. Si vives en una parte de Concordia, Rosario y Escuinapa, el agua que usas diariamente tiene su origen en la cuenca del río Baluarte, que nace también en Durango pero se extiende a Concordia y sobre todo, Rosario.
En el ciclo del agua, la vegetación y el suelo desempeñan un papel crucial. El suelo es como una esponja que absorbe el agua de lluvia y la conduce a las capas más profundas del subsuelo. Esto ocurre porque el suelo está conformado por pequeñas partículas entre las cuales hay aire y cuando llueve, el agua llena los espacios entre las partículas hasta saturarse totalmente. Cuando el suelo ya no puede absorber más, el agua empieza a fluir en la superficie y se forman los arroyos que se van uniendo hasta formar un río. Así es como se “produce” el agua que consumes diariamente.
Pero el agua de lluvia necesita tiempo para ir llenando el espacio que hay entre las partículas. Las lluvias torrenciales típicas del verano, saturan de agua sólo la capa superficial del suelo y forman un “tapón” que impide la salida del aire entre las partículas. Como el suelo no puede absorber el agua, ésta empieza a escurrir en la superficie, arrastrando la capa superficial del suelo. Esto se llama erosión hídrica.
Aquí es donde la presencia de vegetación hace la diferencia. El follaje de los árboles actúa como un paraguas que intercepta la lluvia, reduce su fuerza erosiva y conduce ese volumen de agua hacia las ramas y luego el tronco para llegar suavemente al suelo, donde éste lo puede absorber. Un solo árbol puede canalizar al suelo hasta 800 litros en un evento de lluvia. Arbustos, pastos u hojas caídas sobre el suelo actúan de manera similar, amortiguando la fuerza de la lluvia para que ésta no erosione el suelo. Además, las raíces de árboles, pastos, arbustos evitan que el suelo se compacte y con ello, se favorece la infiltración y recarga del acuífero. Por eso, mientras más conservados estén bosques, selvas y suelos, más agua tendremos.
La vegetación además cumple otro papel muy importante. Los árboles absorben el agua y la regresan a la atmósfera a través de sus hojas, en un proceso denominado evapotranspiración. Cuando vas temprano en carretera en montañas con mucha vegetación ¿has visto una bruma sobre los árboles? Es AGUA. En la cuenca del río Presidio, de cada 10 litros de lluvia, 5.9 litros se regresan a la atmósfera por evapotranspiración. Este es un proceso muy importante porque esta agua atmosférica vuelve a precipitarse en un ciclo del agua propio. Por eso, en la zona rural de la sierra de Concordia y Rosario, las personas tienen un dicho muy sabio: el monte llama al agua. Ellos saben que donde hay vegetación, hay agua.
¿Qué pasa con el resto del agua? De los 4.1 litros de lluvia restantes, 1.5 litros se van a los ríos en un escurrimiento rápido (avenidas de ríos) que no aprovechamos. Tan solo 1.3 litros se convierten en escurrimiento lento en el río que es el agua que podemos aprovechar. Si, es muy poca el agua que recibimos del ciclo del agua y por eso debemos cuidarla.
¿Qué pasa con los 1.3 litros que quedan? Éstos se infiltran y recargan el acuífero. Mientras más sano y poroso esté el suelo, su capacidad para absorber agua es mayor. Esta agua viaja lentamente a las capas más profundas del suelo para recargar el acuífero superficial. Estos acuíferos juegan un papel primordial en el funcionamiento de los ecosistemas pues ayudan a humedecer el subsuelo y favorecen el crecimiento de la vegetación. Además, cuando ya no hay lluvias, aportan agua a ríos, lagos y humedales, que son fundamentales para numerosas especies animales y vegetales.
Hay acuíferos muy profundos que se formaron hace millones de años y que la recarga de agua superficial es mínima. En nuestro país tenemos muchas localidades en las que estos acuíferos son su única fuente de agua y la están extrayendo sin tasa ni medida. Cuando se acabe este acuífero ya no tendrán otra fuente de agua. El agua sí se puede acabar.
Los acuíferos superficiales también se pueden acabar y esto puede ser en muy poco tiempo. El acuífero del río Baluarte que es la fuente de agua para la población de Rosario y Escuinapa, pasó de tener una disponibilidad de 34 millones de m3 a tener un déficit de 32 millones de m3 en tan sólo cinco años (2015 -2020). Si no se ejerce un control estricto sobre la extracción de agua, este acuífero corre el riesgo de no recuperarse y estos municipios tendrán serios problemas de abastecimiento de agua.
Además de producir agua, los ecosistemas de las cuencas retienen el suelo, controlan las crecidas de los ríos, capturan carbono, regulan el clima y albergan una gran biodiversidad. A todos estos procesos que benefician a los seres humanos los denominamos servicios ambientales.
Las cuencas son además los territorios donde pueblos y comunidades comparten identidades, tradiciones y cultura, donde socializan y trabajan en función de la disponibilidad de recursos renovables y no renovables.
Tal vez la cuenca nos parezca un territorio lejano, pero en realidad TODOS vivimos en una cuenca por lo que nuestras acciones pueden cuidarla o destruirla. Derrochar el agua, verter al suelo o al arroyo sustancias tóxicas y basura contamina el suelo y nuestros ríos, lo que afecta nuestra salud, la de la cuenca y con ello, tu disponibilidad y calidad de agua.
Y tú, con tus acciones diarias, ¿cuidas la cuenca o la destruyes?